Leyendas famosas de México
- rompiendomitosofic
- 17 mar 2018
- 3 Min. de lectura
La narración oral es una de las tradiciones más importantes de México, tan es así que muchos de los personajes y sitios que protagonizan dichas leyendas, se han ganado la fama mundial.
Las tres leyendas que te presentamos a continuación además de ser terroríficas, iniciaron con una historia de amor.
Atrévete a dar un recorrido por el baúl de los recuerdos de tu infancia con estos famosos leyendas mexicanos.

La Llorona
La historia cuenta que una mujer indígena tuvo un romance con un hombre español, relación de la que nacieron tres hijos a quien ella atendía devotamente. El conflicto comienza cuando el padre de los pequeños se negaba a reconocerlos como propios y a formalizar su relación con la mujer.
Pasó el tiempo y él se terminó casando con una damisela española. Ella, por el dolor la tradición, perdió la razón. Ante su locura, la mujer indígena se dirigió al Lago de Texcoco y ahí ahogó a cada uno de sus hijos, para luego suicidarse.
Desde entonces, se dice que se escucha el lamento de una mujer joven que viene del lago. Se dice que grita por sus hijos y que se puede ver que es una mujer vestida de blanco y delgada que deambula sin rumbo hasta esfumarse de nuevo en el lago.
Otras versiones aseguran que fue el español quien obligo a la indígena a matar a sus hijos como condición de quedarse a su lado. Tras cumplir con la petición del hombre, la joven lo sorprende con una amante y tras matarlos a ambos, se quita la vida.
Existe otra historia aún más antigua, la cual se refiere a una Diosa Azteca de nombre Chihuacóalt que predecía la conquista de "sus hijos" y lanzaba una plegaria que decía: "Hay mis hijos, como escaparan a tan funesto destino".

El callejón del beso
Uno de los destinos turísticos más emblemáticos de Guanajuato es el Callejón del Beso. Todo viajero que visita la ciudad pregunta por dicho sitio.
A este callejón se le atribuyen varias historias, pero sin duda una de las más reconocidas por su sabor trágico y romántico es el relato de Ana y Carlos.
Dice la leyenda que en tiempos virreinales, había una joven muy bella y perteneciente a una familia bien posicionada, que pronto se enamoró de un muchacho minero.
Tras enterase de la relación, el padre de la joven de inmediato decidió mantener a su hija encerrada en casa, con tal de que no saliera a encontrarse con su amado.
Pero ella adelantándose a la situación, le envió un mensaje avisándole a muchacho de lo ocurrido, tras lo cual el joven se apresuró a buscar una solución.
Viendo que el balcón de la habitación de la muchacha, daba a un pequeño callejón que se encontraba muy cerca de la ventana de la casa vecina, el joven Carlos se las arregló para hacer que le rentara la casa. De esta manera, todas las noches acudía a la ventana para esperar a Ana, quién sin falta salía a su balcón para darle con un beso.
Al poco tiempo, el padre de Ana se dio cuenta de lo que sucedía y cegado por el enojo, tomó un puñal y atacó a su hija en la espalda.
Se rumora que si prestas atención, aún puedes escuchar el eco de un beso apasionado.

El fantasma de la monja
Allá por el siglo XVI, vivían los hermanos Ávila en lo que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala del Centro Histórico de la Ciudad de México.
La hermana menor, María, era una adolescente bella pero ingenua. Fue así como conoció a Arrutia, un mestizo que provenía de una familia muy humilde. Éste trabajaba para los Ávila desde hacía unos cuantos meses y ya se había enamorado de la riqueza de los hermanos y de su buena vida.
Al pobre empleado se le hizo fácil enamorar a María y en menos de dos semanas, ya la tenía dispuesta a hacer cualquier sacrificio por él.
Cuando Daniel y Alfonso, los hermanos mayores, se enteraron de lo que estaba pasando, se opusieron rotundamente a la relación así que le prohibieron a Arrutia ver a María. Al principio él se negó, pero los hermanos le ofrecieron mucho dinero que él aceptó para marcharse.
Tras la huida de su amado, María cayó en una profunda depresión que le duró dos años hasta que sus hermanos decidieron enclaustrarla en el Antiguo Convento de la Concepción, donde se la pasaba rezando y pidiendo por Arrutia.
Un día, no pudo más con el dolor y se ahorcó en un árbol de duraznos en el patio del convento. La enterraron allí mismo y un mes después de su muerte, su fantasma empezó a aparecer por las noches, reflejándose en las aguas del convento cuando alguna de las novicias o monjas se veía el rostro. Desde entonces se prohibió la salida de cualquiera de ellas al jardín cuando anocheciera.

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